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123 Fábula del topo en abril
Sobre la piedra gris había un topo ciego soñando al sol de abril. El zorro lo buscaba un palmo por delante de su zorra mirada. El sol había fundido el color de la piedra y el del topo dormido. El hocico nervioso del zorro, convencido de llegar al objeto delicioso, le hacia acelerar los movimientos, atropellar los pasos, mezclar y confundir los pensamientos. Y no vio la comida. Vio la tierra, la hierba, campanillas azules, piedras brillantes, giros y mareos, luz deslumbrante. Y al detenerse exasperado, vio al sol burlón mirándole en el cielo. Decidió renunciar, dudando de sí mismo, y buscar caracoles y lombrices que no le tocarían las narices. El topo afortunado no se enteró de nada -ni falta que le hacía- excepto del aroma de las flores, los trinos, las caricias de la brisa y la tibia amistad de la mañana. Y se desperezó sin prisa verdadera y volvió con un poco de apetito a su fresca y oscura madriguera. Sobre la piedra gris danzaba el aire con las traviesas sombras de las flores de abril.