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399 A los que están ocultos en sí mismos
A los que están ocultos en sí mismos. A los que se agotan en esfuerzo continuo por ignorar. A los que apenas sobreviven bajo el peso de las falsas noticias. No los pobres, los locos. los tontos, los inútiles, los últimos. No los que sufren abiertamente y lloran, piden, gritan. Estos son fuertes en la verdad y no se esconden. La soledad de estos es verdadero abandono. Es bien visible el sufrimiento de estos. Más bien a los torcidos, a los que no conocen su miseria, que, en su mayor debilidad, hambrientos, intentando el poder que desean, roban, matan o engañan y aíslan a los otros para añadir defensas a su alma. A los siervos del miedo. A vosotros, tan profunda, tan sutilmente heridos que no os atrevéis a mirar vuestro propio terror, oíd que os digo: Consolaos. Sed fuertes. No perdurará la mentira. No os sobrevivirá el mal. No estáis condenados, ni faltos de amor. Os levantaréis y volveréis al camino. Ninguna sombra recibió autoridad sobre vosotros. Ya sois libres, ahora, en este instante. No estáis solos. Levantad la cabeza. Abrid los ojos, ved a todos los seres cuyo dolor hicisteis y os guía sin saberlo para dar este paso necesario. Pues os están llamando. Son ellos los que pueden rescataros. Así, dejad caer las armas y murallas que os impiden vivir y escuchad esos gritos. Escuchad. Solo es esto. Concedeos un tiempo de escuchar, comprobad si son solo una molestia o un ser de vuestra misma sangre que pide ayuda. El oído despierto abrirá el corazón. El corazón abierto moverá la cabeza y las manos. Inútil caerá ese peso que no podéis llevar y quedará por todos olvidado. Y me veréis. Veréis lo que ya sois. Mis queridos hermanos.