Atrás
99 El tigre solitario
Solo me quedan vagos recuerdos de la infancia, retales imprecisos, dudo a veces si no serán deseos. Quizá es por eso que no sé cómo soy. No recuerdo paisajes, palabras ni contacto. Apenas un color, una voz, unos ojos. Solo en aquellos trazos reconozco una luz que se parece a tí. Desde que sonreiste ante mi puerta supe que yo también tenía corazón, descansé del impulso penoso de matar y cayó mi disfraz. Todo ya se resume en la intención de seguir tu camino, ser tu sombra, protegerte y amarte sin esperar de tí nada excepto que estés. Aunque hables otra lengua, que no calle tu voz. Aunque seas distinta y nunca vayas a tumbarte a mi lado, que me siga llegando tu ligera caricia cuando acaba el trabajo cotidiano, que acepto porque tú me acompañas y me guías y pones ante mí los juegos que imaginas y que yo realizo como si fueran míos. Amada. Entonces, siempre todo es nuevo y distinto. Todo late con fuerza. Solo ante tí en las tardes luminosas, mirados con envidia por los débiles seres de la sombra, hacemos nuestra danza, te demuestro cómo entiendo tu idea, cómo yo mismo puedo desarrollarla y mejorarla un poco -en los tiempos vacíos de tu ausencia-. Nos unimos despacio en la voz, en la mente y en los ojos y te veo vivir ese momento con mi mismo placer, cómo nace en tu cara la idea y el deseo de la próxima tarde. Igual que en la tibieza de la niñez, soy amado y aprendo y me proyecto a un ser distinto y propio.