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156 El discípulo
El alma no puede ver la lógica del fuego ni sabe si la extingue o purifica. Hace un camino incierto, sin meta y sin recursos. Se rinde a cada paso a la verdad, aceptando que no controla el juego. Se aferra a las palabras conocidas solo por un momento e, inútiles, las suelta. Se ata a la ilusión de repetir escenas del pasado y cada vez más rápido reconoce el error. Inventa nuevas formas de esperanza y disfraza con ellas el deseo, pero el engaño cae al poco tiempo. Tiene miedo. En los días más débiles lo reconoce y llama por su nombre. Y entonces se da cuenta -en ese grito- de que una luz más clara le llama en lo profundo, sin ninguna promesa. Así se reconoce y se pone en camino, siempre por vez primera.