La fiera

Hay un olor humano y también huele a miedo. El miedo de mis hijos. Y ellos no están aquí. 

Recorro las sendas que conocen y no encuentro su rastro. No responden a mi llamada. Y yo grito más fuerte, más de lo que es prudente. 

Nada. Solo su olor muy tenue, junto al olor del miedo. Pero no sobre el suelo, sino pegado a las ramas bajas de los árboles. Hay que ir más aprisa. Los llevan por aquí.

El olor del hombre es un rastro en la tierra, en la hierba rota. Un rastro apresurado. Hay que ir más aprisa.

Este rastro lleva a las ruinas grises, a la vieja ciudad. Allí se esconde el hombre. Hay que impedir que lleguen. Más aprisa.

Correr, correr. Antes de que lleguen. Quizá habrá muchos hombres. Débiles y cobardes. Quizá pueda... Pero no. Más aprisa. Quizá... Antes de que mueran.

Ahí están las ruinas. Y el rastro se confunde con otros muchos. Tarde. Tarde. No puedo entrar con la luz del día. Conozco el peligro que esconden las ruinas. Solo una vez me atreví a entrar, cuando ya la ciudad había quedado derruída y silenciosa, después de las grandes luces y los estruendos y el humo, después de que los hombres dejaron de salir de ahí corriendo o arrastrándose para desaparecer en el bosque. Entré y avancé un poco entre los montones de tierra y destrucción, pero no pude soportar la opresión y el enorme grito silencioso de horror que lo cubría todo. Sé que nada puede vivir ahí con vida verdadera.

Pero ya estoy entrando. Por respeto a la vida. Antes ya entré una vez. Antes ya entré una vez. Recorro los caminos que recuerdo, extremando la prudencia. Aparecen los rastros y enseguida se pierden. Avanzo sin seguridad. Paso y repaso por los mismos sitios. Siento pequeñas vidas que se esconden de la luz. Pero no están mis hijos.

Me oigo gritar. He gritado mucho. He recorrido toda la ciudad gritando fuerte. Si estuvieran aquí, habrían contestado. Es peligroso. Pero no he visto hombres.

No volverán. Pero yo esperaré a que llegue la noche. Quizá... Volveré al sitio donde los dejé. Esperaré. Me duele todo. Allí me tumbaré. Esperar. Dormir... para siempre... dormir. No están. No volverán. Dejarme caer. Dormir. Para siempre. Dormir.

La luna grande. Ya no estoy cansada. La leche crece mucho. Casi duele. Necesito que vuelvan. Los buscaré otra vez. Quizá... Buscar. No las sendas de siempre. Buscar entre los árboles. Buscar en el barranco. Buscar en todas las sombras. 

Aquí está otra vez el olor. Olor humano, pero también el olor de la presa que se entrega . Quizá... Buscar... Cerca... Me acerco despacio... No. Es un olor más suave, no es el mismo humano... En esa sombra... ¿Duerme? Más cerca... Es un cachorro. Una cría humana. Tiene miedo. Tiene hambre. Tiene frío. Está perdida. Duerme, sí. No es peligrosa. No es comida. Es un cachorro. La leche crece más. Duele. Me tumbaré con ella. Quizá...

Tiembla. Está fría. Yo estoy ardiendo. Descansaré con ella. Tiene la piel muy blanca. La luna se esconde. Aquí viene la gran oscuridad. Quizá... ¿Cómo será su voz? Tengo sueño otra vez.

La luna está ciega y no puede avanzar por el cielo. Llora y grita de miedo y yo grito con ella. Se vuelve gris como las ruinas. Dos pájaros escapan de mis ojos. Vuelan aprisa hacia la luna enferma. Ahora la luna tiene otra vez la cara blanca y resplandece. Me mira y sigue andando por el cielo. Me despierto. El cachorro se mueve. Levanta la cabeza y me mira. Sus ojos son muy grandes y brillantes. Ya no huele a miedo. Creo que me llama. Creo que tiene hambre.

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