La pradera

Es una tarde quieta. La pequeña pradera, un claro en la floresta protectora. Pájaros que negocian. Rumor de agua. Algunas nubes blancas sobre el cielo radiante.

La cierva joven ramonea tranquila la hierba de la orilla. Ha nacido ya libre. No conoce ningún peligro serio. La chatarra oxidada de un coche junto al río no significa nada para ella. Algo como los troncos caídos de los árboles viejos.

Los grandes ojos negros la llevan al azar, de bocado en bocado. No tiene prisa. Hay comida bastante.

La chica que la mira desde lejos se acerca en calma, confiada. Ni siquiera le preocupa hacer ruido. Una rama partida al caminar levanta la cabeza de la cierva. Pero ella sigue andando. La cierva siente curiosidad, pero se queda inmóvil, las orejas erguidas y orientadas, siguiendo con los ojos a la chica.
Ella se acerca más. Ha sacado un racimo de bayas azules del zurrón. No hay muchas de estas por aquí. Se ha sentado en el suelo y espera con paciencia. Le tiende la mano con el regalo. El animal se mueve despacio y alarga el hocico tembloroso. Olfatea. Todo está bien. Vamos a comer esto.

Prueba un tímido bocado. Está muy bien. Sigamos.

Pero entonces, un ruido que no encaja. Un sonido de ramas que se quiebran, muy cerca, muy fuerte. Levanta la cabeza, tarde para escapar. La sombra rápida se abalanza. Todo acaba en un salto y un chasquido.

El tigre come la carne caliente. Mirándolo con la cabeza un poco ladeada, aún sentada, la chica acaba con las bayas azules y espera. Cuando el animal levanta la boca enrojecida, se levanta y le abraza. Se rozan, se sonríen. Murmuran sus palabras de amistad.

La chica ha ensillado a la bestia con una vieja manta y unas correas. Ha montado a su lomo y juntas han trepado esa ladera hasta la cima. Se han detenido y miran el crepúsculo. Contemplan embebidas la belleza invariable del cielo sobre el mundo. Contemplan serias los infinitos matices de la luz que se escapa. Contemplan con nostalgia las sombras grises y negras de la vieja ciudad abandonada.

Las ruinas cenicientas y mordidas contemplan orgullosas a sus hijas.

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