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"Fábula del topo en abril"

Sobre la piedra gris
había un topo ciego
soñando al sol de abril.

El zorro lo buscaba
un palmo por delante
de su zorra mirada.

El sol había fundido
el color de la piedra
y el del topo dormido.

El hocico nervioso
del zorro, convencido
de llegar al objeto delicioso,
le hacia acelerar los movimientos,
atropellar los pasos,
mezclar y confundir los pensamientos.

Y no vio la comida.
Vio la tierra, la hierba, campanillas azules,
piedras brillantes, giros y mareos,
luz deslumbrante.
Y al detenerse exasperado,
vio al sol burlón mirándole en el cielo.

Decidió renunciar, dudando de sí mismo,
y buscar caracoles y lombrices
que no le tocarían las narices.

El topo afortunado
no se enteró de nada
-ni falta que le hacía-
excepto del aroma de las flores,
los trinos, las caricias de la brisa
y la tibia amistad de la mañana.

Y se desperezó sin prisa verdadera
y volvió con un poco de apetito
a su fresca y oscura madriguera.

Sobre la piedra gris
danzaba el aire
con las traviesas sombras
de las flores de abril.

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