Aunque sabes
que la luz es el centro de las cosas,
por costumbre
aún buscas en las calles, en las tiendas,
en la turbia llamada de los sueños.
Pero pronto se agota ese placer
y vuelves a encontrarte
enamorado y solo.
Bajas, cruzas, renuncias, cabalgas el aliento,
entras al ancho río,
permaneces inmóvil con los ojos abiertos
para que el agua vaya deshaciendo tu cuerpo,
para que el tiempo vaya rompiéndose en instantes
y la ilusión antigua se desprenda
de tu frágil visión.
Y después te levantas y quizá
vuelves a preguntarte si no habrá algún regalo bajo el árbol.
Así está bien.
La vida no te exige que te arranques la piel.
Sin embargo,
ya que no estás hambriento,
deja que todo ocurra y permanece callado
sin dar nombre al instante,
sin controlar el pulso,
sin querer que suceda.
Calla y déjate ser
ese profundo no que no conoces.
Para el hombre vacío
vivir es resultado de haber muerto
-una vez, muchas veces-
pero siguen las ropas tendidas en el prado
blanqueándose al sol.


Aunque sabes (de El esplendor del Rey)

A veces oigo un eco, a veces lo imagino.
No sé de dónde viene. Lo pongo aquí en palabras,
por si no es para mí. Ya discernís vosotros.

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