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"El discípulo"
El alma
no puede ver la lógica del fuego
ni sabe si la extingue o purifica.
Hace un camino incierto,
sin meta y sin recursos.
Se rinde a cada paso a la verdad,
aceptando que no controla el juego.
Se aferra a las palabras conocidas
solo por un momento e, inútiles, las suelta.
Se ata a la ilusión
de repetir escenas del pasado
y cada vez más rápido reconoce el error.
Inventa nuevas formas de esperanza
y disfraza con ellas el deseo,
pero el engaño cae al poco tiempo.
Tiene miedo.
En los días más débiles
lo reconoce y llama por su nombre.
Y entonces se da cuenta -en ese grito-
de que una luz más clara le llama en lo profundo,
sin ninguna promesa.
Así se reconoce
y se pone en camino,
siempre por vez primera.